Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz.
¡Cómo no asombrarse al contemplar un amanecer en las montañas! Cuando todavía está oscuro, las estrellas brillan en la pureza del aire fresco. Luego un ligero resplandor aparece en el horizonte y aumenta poco a poco, hasta que una pequeña luz atraviesa la niebla. Entonces aparece el sol en todo su esplendor e ilumina todo, llenándolo de calor. Tal espectáculo nos habla de Dios, como lo muestra el Salmo 19:
“Los cielos cuentan la gloria de Dios”: la inmensidad del cielo, la multitud de estrellas proclaman la grandeza de Dios y lo que él hizo: “la obra de sus manos”.
Es un lenguaje silencioso: “No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz”.
Este mensaje se da sin interrupción, alternando días y noches, y es para todos los hombres, “hasta el extremo del mundo”.
Cuando amanece, solo el sol es visible en el cielo. Su luz hace desaparecer las estrellas. Es como un trabajador activo, obedeciendo las leyes de Dios. Nada se esconde de su calor: derrama luz y vida sobre la tierra, dando testimonio ilimitado de los beneficios de Dios (Hechos 14:17).
La naturaleza interpela a todo ser humano, desde el niño hasta el anciano, desde el más ignorante hasta el más culto. Y esta voz nos hace responsables de dar gloria a Dios y agradecerle (Romanos 1:20).